Pese al crecimiento económico, la ONU alertó sobre la gravedad de la situación
El crecimiento económico de América latina, que ha sido la principal carta de triunfo electoral para muchos líderes de la región en los últimos años, tiene una doble cara. Este subcontinente que creció a tasas asiáticas se convirtió en el más desigual, el más violento y -un ingrediente que suma complejidad- el más urbanizado del mundo. El 80% de la población vive hoy en ciudades, en una región considerada el "pulmón verde" del planeta.
"El principal problema que afronta América latina es la desigualdad. La zona es considerada la más desigual del mundo", señala un informe de la ONU Hábitat, difundido el mes pasado. "El 20% de la población más rica tiene, en promedio, un ingreso casi 20 veces superior al 20% más pobre", agrega el reporte.
Además, la inseguridad es mucho más que una sensación. La región registra la tasa de homicidios más alta del mundo. Aquí vive sólo el 9% de la población mundial, pero se cometen el 27% de los asesinatos.
Muchos expertos estiman que, en realidad, tanto la desigualdad como la violencia son dos asuntos que en América latina están -paradójicamente- asociados a una cuestión sumamente positiva, como es la mejora económica. En otras palabras, a mayor crecimiento, más brecha económica y violencia.
"Hemos avanzado en educación, en infraestructura y en democracia. Pero la violencia social aumenta porque el avance no fue proporcional en todos los niveles y se mantiene la desigualdad", explicó en diálogo telefónico con LA NACION Marta Lagos, directora de la encuestadora chilena Latinobarómetro.
"Estamos viviendo una situación extraordinaria, donde el dinero se ve en las calles, en los autos, en los edificios, en el lujo. Pero los pobres no pueden mejorar su nivel con la misma velocidad. Y muchos sociólogos sostienen que es esa doble velocidad la que actúa como disparador de una enfermedad social como es la violencia", graficó Lagos.
Junto a la violencia y la desigualdad, el tercer ingrediente que se suma en la región es entonces el crecimiento urbano descomunal. Hay urbes, como Buenos Aires y Ciudad de México, que, vistas desde el aire, son una interminable alfombra de cemento a lo largo decenas de kilómetros. Sus habitantes pierden largas horas encerrados en los medios de transporte o en sus propios automóviles para movilizarse de un lugar a otro.
Ocho de cada diez latinoamericanos viven apiñados en ciudades, en un continente donde, llamativamente, hay espacio de sobra: casi cuatro hectáreas de territorio por habitante.
La gente se traslada a las grandes ciudades ante la expectativa de que allí podrán mejorar sus ingresos. Sin embargo, la gran mayoría no termina en zonas residenciales, sino en barrios carenciados.
Basta observar lo que pasó en Buenos Aires en la última década para confirmar el fenómeno. Las viviendas de chapa y unos pocos ladrillos avanzan cada día sobre nuevos espacios urbanos. La población de las villas creció aquí un 52,3% en sólo una década.
Y la situación se repite en el resto del continente, donde la cantidad de habitantes de las villas se incrementó de 106 a 111 millones. Esa típica escena latinoamericana de casas precarias junto a modernos edificios es toda una señal de una región cuya población crece a distintas velocidades.
CAMBIOS
"Lejos de ser un factor positivo, el actual crecimiento urbano impide la reducción de las desigualdades", dijo a LA NACION desde Río de Janeiro Manuel Manrique, de la ONU Hábitat. "A medida que las ciudades crecen, aumenta también la demanda de servicios básicos, como energía, salud, transporte y saneamiento. Y ese desorden en el crecimiento no está llegando a las camadas más pobres de las ciudades", añadió.
¿Y qué hacer entonces? La buena noticia, señalan los expertos, es que aquí hay mucho por hacer y, por lo tanto, más espacio para el cambio.
"El primer paso es sentarse a planificar para evitar que la situación empeore", dijo Manrique.
Una de las alternativas que se presenta es el crecimiento de las ciudades hacia lo alto, más que en extensión. Cientos de familias que viven en un rascacielos pueden utilizar un mismo medio de transporte, sin acudir al auto, y sus necesidades de alimentos, energía, saneamiento y seguridad son mucho más fáciles de abastecer que en una ciudad extendida. En ese sentido, muchos urbanistas sostienen con humor que para una ciudad el "medio de transporte" más eficiente es el ascensor.
"La ciudad brasileña de Fortaleza, la más densamente poblada de la región, está llena de rascacielos junto al mar, vive principalmente del turismo y es un buen ejemplo de eficiencia", explicó Manrique.
Lo cierto es que romper la ecuación ciudad + desigualdad + violencia se convirtió en uno de los principales desafíos de la región..
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