12 de agosto de 2014

Una herida a la esperanza, Juan Arias: los jóvenes que no quieren votar



Los brasileños más jóvenes dicen que votar no sirve para nada a las puertas de unas elecciones, ¿por qué?


Brasil debería estar alarmado con una noticia del Tribunal Superior Electoral: sólo uno de cada cuatro jóvenes de entre 16 y 17 años con derecho a voto en las próximas elecciones, se preocupó este año de sacarse el documento con el que poder ejercer el voto. Supone un desinterés rayano en el desprecio por la política.
El hecho es doblemente grave porque esos jóvenes no sufrieron las garras de la dictadura, de la falta de libertad, de la miseria y de la ausencia de oportunidades, ni conocieron el horror de las guerras. Sería demasiado fácil, sin embargo, criticar a esos muchachos por su falta de “sensibilidad política”, como ha escrito un diputado federal. La crítica hay que hacerla al actual sistema político que cada mañana desparrama en todo el país montañas de noticias sobre corrupciones, violaciones a la libertad, feos ejemplos éticos de aquellos que deberían ser guías y maestros de los jóvenes en una sociedad que se aprecia de ser democrática y liberal.
Una de las primeras cosas que leo cada día en los periódicos son las cartas de los lectores, generalmente serias, agudas, sobrias, actuales y bien escritas. Esta mañana, 10 de agosto, interrumpí la redacción de esta columna para dar un vistazo al diario O Globo, que llega a mi puerta a las cinco y media de la mañana. Entre las cartas de los lectores me impresionó la de Paulo Henrique Coimbra de Olivieira, de Río. No lo conozco, pero su carta titulada “Desesperança”, me confirmó lo que había empezado a escribir aquí.
Dice Coimbra que, en los últimos diez años, coleccionó en un armario de cuatro metros cuadrados recortes de periódicos que ilustraban escándalos políticos distribuidos por los tres poderes del Estado. Hizo algunos cálculos: cinco escándalos por día y una corrupción que según él, es “superior al PIB de la mayoría de los países del G-7”.
Su última frase es dura y obliga a reflexionar: “Después no saben (los políticos) por qué la sociedad no cree en ellos. Días atrás resolví quemar todo, incluso el armario. Y mi esperanza de días mejores se quemó junto con él”.
Es grave esa apatía por la política partidaria mostrada por los jóvenes cuando afirman amargos, “Votar no sirve”, porque tiene lugar después de las protestas de junio de 2013 cuando parecía que se habían despertado a la esperanza y entusiasmado con el cambio. Hasta llegaron a soñar un Brasil no sólo más libre de las ataduras de la corrupción sino también más moderno, con mejor calidad de vida, donde los jóvenes pudieran desarrollar sus aspiraciones más legítimas.
Brasil está viviendo uno de los momentos más difíciles de su vida política en los últimos 30 años, porque parece haberse apagado para millones de ciudadanos una esperanza real no sólo de conseguir hacer crecer económicamente a este país sino también de que sea menos desigual, más de todos. Y con menos privilegios e impunidades en manos de unos pocos.
El Partido de los Trabajadores (PT) aunque acabe ganando las elecciones con su candidata, Dilma Rousseff, cada día por cierto con mayores índices de rechazo entre los más jóvenes que han estudiado, saldrá de la pugna con fuertes heridas.
Ha sido el expresidente, Lula da Silva, fundador y alma del que fuera el mayor partido de izquierdas de América Latina, y que llegó a ser visto como la esperanza del resurgir social del nuevo Continente, quién ha alertado a los suyos de que el PT no puede ya ignorar los latigazos de la corrupción que azota a tantos de sus miembros, cuando se había un día presentado como la formación garante de la ética.
El exsindicalista llegó a decir que su partido se había convertido en uno más, cuando él lo había creado para ser diferente. Hasta se ha hablado de la necesidad de una “refundación del PT”, que significaría que es una nave que parece haber perdido su rumbo original.
El PT fue sin duda un día el partido que mejor supo, con sus ideales, conquistar a las masas de jóvenes que por biología son los más sensibles a las causas sociales y a la pureza ética.
Hoy, esos jóvenes están abandonado la nave. Ya no les entusiasma votar en un partido que lo sienten envejecido y con las mismas arrugas de los que un día criticaban. De ahí que los más jóvenes afirmen que votar no sirve, Y cuando los jóvenes pierden la esperanza es porque el horizonte de un país se está ennegreciendo.
¿Son mejores, sin embargo, los partidos que se presentan como alternativa al desgastado PT? ¿Serán capaces de reconquistar las ansias de nuevo que fueron siempre el alimento de los jóvenes? Si son ciertas las cifras ofrecidas sobre la apatía de los más jóvenes que no parecen interesarse ni en votar, se diría que tampoco ellos, por ahora, han sido capaces de rellenar ese vacío juvenil. Y son los jóvenes los más sensibles al cambio y a las novedades.
¿Tienen aún tiempo, sea el PT que sus oposicionistas, de reconquistar el corazón virgen de los jóvenes que hoy, por hoy, a menos de dos meses de ir a las urnas, siguen dándole la espalda a la política? La responsabilidad es de todos un poco. Y es grave, porque se trata de una generación que dentro de diez años será el corazón vivo de la sociedad y que está creciendo con el alma seca de entusiasmo por la política.
No podemos olvidar que a las guerras o a las dictaduras, fruto del desprecio por la política del voto- la única por ahora capaz de regir las columnas del templo de la democracia - nunca se llegó de repente. Fueron el fruto de una cadena de heridas a los valores democráticos que amontonó, a lo largo del tiempo, las piedras de la indiferencia y hasta del desprecio por la política y la democracia.
Y es con esas piedras con las que acaban siendo lapidados, por rabia o por indiferencia, los pilares de las libertades tan difíciles de conquistar y tan fáciles de perder. El momento es de reflexión y los jóvenes no tienen la virtud de la paciencia. Son hijos del ahora. Y las elecciones llaman a la puerta.

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