¿En qué creemos?
J. RICARDO ARIAS GONZÁLEZ 11/04/2011
Las matemáticas usan el principio de deducción para establecer consecuencias de los axiomas mientras que la física utiliza el principio de inducción para establecer comportamientos generales, los cuales acaban siendo enunciados como mandamientos universales. En otras palabras, el matemático inventa juegos -la geometría, la teoría de la probabilidad o la de conjuntos son ejemplos- cuyas reglas son los axiomas. En cambio, el físico es presa de un juego ya establecido: el de la naturaleza. El físico, mientras participa en dicho juego, intenta desentrañar sus reglas -las leyes- para optimizar su participación. En estos juegos, el científico, sea de ciencia formal o factual, ensaya estrategias y las denomina teorías.
En otras ramas de las ciencias naturales que parten de mayor complejidad, el científico trata de establecer teorías aunque no disponga o no pueda aplicar las leyes de la física directamente. Es el caso de la biología, que aunque sujeta a las mismas reglas de la naturaleza que la física, no siempre puede utilizar dichas reglas directamente. Los biólogos, cargados de gran intuición a partir de, a veces, pocos experimentos, establecen sus teorías sobre la vida. Creen en ellas aunque no tengan más remedio que desplazarlas cuando las evidencias experimentales posteriores las contradigan, remienden o simplemente las pulan. La teoría de la evolución es la doctrina más socorrida por los biólogos para dar sentido a sus hallazgos: una teoría con muchas variantes conceptuales a diferencia de las teorías físicas, más ortodoxas por estar fuertemente enraizadas en leyes.
El físico tiene menos problemas para aceptar principios universales (principios de conservación, cantidades invariantes, constantes universales, etc.) y es muy reacio a desterrar una ley: antes duda de sus propios experimentos y algoritmos. El biólogo, por el contrario, está más adaptado a aceptar reformulaciones o refutaciones de sus teorías pero tiene más problemas para aceptar verdades universales y atemporales. El dogma central de la biología es en realidad una hipótesis de trabajo, o una regla con excepciones, más que una ley. Como por deformación profesional, es más fácil encontrar físicos que no tengan problemas en aceptar el dogma de la existencia de Dios -el más esquivo a la auto-evidencia de todos- que biólogos.
Las ciencias sociales también usan creencias abstractas y en último término descansan sobre la física, pues no dejan de ser empíricas. Sin embargo, en estos casos las teorías están más débilmente arraigadas que en el caso de la biología puesto que el economista, por ejemplo, no solo no puede relacionarlas directamente con las leyes de la física sino que además no puede, en muchos casos, realizar experimentos: solo mirar la historia de una sociedad, una economía o a una persona para dictar sus predicciones.
¿En qué creen los politólogos? Quizás en un Gobierno global que asegure una paz perpetua o, a lo sumo, que ejerza un control no invasivo de un estado de conflicto permanente (por el bien humano). ¿En qué creen los políticos? Las leyes civiles son tan arbitrarias como los axiomas de las matemáticas, pero se pretenden justificar sobre la moral. La moral, ¿está constituida por mandamientos o son solo teorías o modelos adaptables, basados en nuestra evolución animal y psicológica?
¿En qué creemos las personas de a pie cuando nos levantamos por la mañana?
J. Ricardo Arias González es investigador del instituto IMDEA Nanociencia y del Centro Nacional de Biotecnología
El País
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