Por Sergio Sinay
Domingo 10 de abril de 2011
Señor Sinay: mi hija terminó primer grado. Noto una tendencia a sobreexigir a los niños, ligada al miedo al fracaso y el afán por el "éxito", de adultos para quienes es natural que así sea, ya que estamos frente a una generación capaz de aprender a la velocidad de la banda ancha. Se hacen psicodiagnósticos para descartar posibles desórdenes y déficits. Se etiqueta en lugar de apuntalar la autoestima amorosamente. Se impone cantidad por sobre calidad: basta mirar las atiborradas agendas de nuestros pequeños. Mi hija es una niña normal: tiene tiempos infantiles, juega, fantasea, busca establecer vínculos afectivos, respeta la autoridad y teme la descalificación. Se aburre haciendo mucho sin graduación ni explicitación de propósito, cuando todavía no se le reveló el universo al que la lectoescritura le permitirá acceder. Añora los tiempos relajados y los juegos preescolares. ¿No estaremos apurando a los chicos y privándolos de echar profundas raíces que les permitan ser? Si no ahondamos en esto, nosotros y nuestros hijos fracasaremos.María Fernanda Paz (Profesora Nacional de inglés)
Si educar fuese meramente transmitir información y conocimientos específicos, probablemente los chicos de hoy serían los más (no digo los mejor) educados de la historia humana. Pertenecen, dice el psicoterapeuta y asesor de familias brasileño Icami Tiba (autor de Quien ama educa), a la generación del zapping y de Internet. Esto es más que una simple descripción. Es una definición. Tanto el zapping (no sólo televisivo) como Internet permiten acceder a enormes y variadas cantidades de información en poco tiempo. Si además esa posibilidad se verifica dentro de una cultura esencialmente utilitarista y productivista como ésta en que vivimos, es muy probable que, como teme nuestra amiga María Fernanda, los chicos se vean presionados a abandonar rápidamente la infancia, el juego, el aprendizaje vivencial para convertirse pronto en adultos bonsái, agobiados por obligaciones, agendas completas, citas con especialistas que los entrenen o que los sometan a todo tipo de pruebas y diagnósticos que garanticen su capacidad para cumplir con las expectativas puestas en ellos.
Una sociedad utilitarista es competidora. Todo debe "servir para algo" (las actividades, las relaciones, incluso los hobbies). El ocio tiene que ser "productivo", y el éxito se mide en cifras (dinero, títulos, premios, posesiones). Una suerte de darwinismo social determina que sólo sean exitosos los que ganen, los más fuertes, los que lleguen antes, ya que, según se amenaza, no hay lugar para todos (del mismo modo en que hemos llegado a creer que el planeta no tiene espacio ni alimento para todos sus habitantes, creencia que se repite ciegamente, sin comprobarla). ¿Cómo crecer en la amenaza? En un escenario así no se permite perder tiempo y los chicos son forzados a armarse de conocimientos, habilidades y especialidades cuanto antes. Es curioso que se diga "armarse" de conocimientos y no nutrirse. Se los prepara para una competición, para una lucha en la que, a menudo, muchos padres suelen rivalizar entre sí (a despecho de sus hijos) para ver quién tiene un pupilo (o producto) más exitoso.
¿Y si, por el contrario, educar consistiera en transmitir valores para la cooperación antes que para la lucha, para un mundo esperanzador y no amenazador? ¿Si educar fuera guiar, estimular y permitir el desarrollo de aquello propio y esencial de cada quien, y no lo que satisfaga la ansiedad de los adultos? ¿Si fuese acompañar a los niños, respetando el tiempo y el ritmo de su evolución, liderándolos en experiencias que los formen como personas antes que como prematuros y rendidores especialistas? ¿Si se tratara de preparar para explorar los amplios horizontes de la vida y no para una mera supervivencia eficientista? La historia humana no empezó con el zapping, Internet, el celular y la agenda completa. Es más antigua y más rica que estos datos tecnológicos. Hoy languidece la posibilidad de una formación basada en experiencias propias, reales y verdaderas, que se atraviesen con la guía de adultos protectores, atentos a los sentimientos y necesidades de los chicos. Adultos que no impongan a los niños sus propias urgencias mal resueltas. "La generación del zapping, dice Tiba, se acostumbra a la cantidad y a la superficialidad". Esa generación corre el riesgo de que se la prepare para patinar levemente sobre la superficie de la vida y no para experimentarla de una manera única, profunda, intransferible y trascendente.
sergiosinay@gmail.com
La Nación
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