Claudio Campagna
Para LA NACION
Mientras el planeta gira y se puebla, son muchos los que sobreviven y apenas satisfacen sus necesidades de bienestar. Pero no es la inequidad, el desempleo, la injusticia social, la debilidad institucional, la corrupción o la inseguridad el problema medular que enfrenta la humanidad. El verdadero flagelo del porvenir avanza eludiendo la atención: se trata de la crisis de las especies.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) comunica anualmente la incidencia humana sobre unas 50.000 especies. Este impacto por "selección cultural" (alternativa a la natural y a la artificial) condujo a que el 25% de los mamíferos y el 13% de las aves se encuentren hoy en un cono de sombra que lleva a la extinción. Son datos terribles que sin embargo no alteran el trayecto de las sociedades. Preocupados por las burbujas financieras, el terrorismo, el sida y el despilfarro del gasto público (o por el plato de comida y el techo), dejamos a la naturaleza tambalear y caer. Acostumbrado como está a una naturaleza infinita y pródiga, el hombre no llega a comprender el significado de esta amenaza que podría acarrear desde una crisis alimentaria hasta riesgos en la salud, como enfermedades infecciosas que hoy se sostienen en hospedadores no humanos. ¿Pero qué gran tragedia humana no estuvo antecedida por un error de apreciación?
Mientras haya hombres, habrá marca. Para algunos, es parte del desarrollo. Pero no tiene por qué ser tan grave, dicen algunos, puede haber mucho desarrollo sin colapso. Y entonces esgrimen el mayor de todos los pensamientos mágicos. Lo que las sociedades necesitan, dicen, es que el desarrollo sea "sustentable".
Nirvana de la macro y microeconomías, el desarrollo sustentable es la receta que permite, misteriosamente, que la UICN parezca un club de pesimistas. ¿Es posible creer que la mayor amenaza que se ha conocido, la crisis de la biodiversidad, se detiene con un adjetivo? Sin embargo, así lo afirmaron quienes en 1987 conformaron la comisión de las Naciones Unidas presidida por Gro Harlem Brundtland, tres veces primera ministra Noruega, que propuso el concepto.
Desarrollo sustentable es esa huella que no deja huella, una que no compromete el porvenir ni impide un presente de regocijo y celebración del consumo. En la práctica, es una excusa que justifica la huella eterna. Lo curioso es que muchos ambientalistas la incorporaron inmediatamente a sus valores y misiones, y no se los puede culpar. La perspectiva se instaló por la vía fácil. Se inyectaron fondos a disposición de los conversos que abrazaran la idea. Y la causa ambientalista se lanzó a las aguas turbias donde agonizan sus idealismos. En el desarrollo sustentable coinciden hoy conservacionistas, presidentes y primeros ministros, empresarios multinacionales, sindicalistas, científicos y periodistas aggiornados .
Desarrollo sustentable, en los hechos, sólo significa crecimiento de la economía, mientras los daños colaterales se ignoran. Las sociedades enfrentarán consecuencias inimaginables si no revisan sus valores frente a la amenaza de las extinciones. Porque de la biodiversidad depende también en buena medida el equilibrio emocional y mental del ser humano, que encuentra en la naturaleza un contrapeso necesario de su dimensión cultural.
Mientras no haya desarrollo sustentable habrá amenaza para las especies, nos dirán en 2012, cuando se cumplan 20 años de la Cumbre de Río y no se hayan alcanzado los mínimos objetivos de conservación que se trazaron. Pero el vaticinio debería ser otro: mientras no se redefina el desarrollo habrá crisis de las especies.
La Comisión Brundtland propuso un desarrollo ad infinitum con huella cero, y eso es imposible. También afirmó que quienes ejerciesen las políticas públicas deberían tomar, en nombre del desarrollo sustentable, algunas decisiones atrevidas: "Los esfuerzos explícitos para salvar especies serán sólo posibles para un número pequeño de las más espectaculares e importantes -advirtió-. [?] Nadie tiene el deseo de aceptar la pérdida. Sin embargo, dado que las elecciones ya están siendo tomadas involuntariamente, deberían hacerse con una base selectiva". Y agregó: "Parte de la variabilidad genética se perderá inevitablemente, pero las especies deberían ser protegidas mientras sea técnica, económica y políticamente posible hacerlo?".
Si conviene a la política del desarrollo, se protegerá una especie, y si proteger le cuesta a la economía, se la dejará extinguir. Para sostener poblaciones humanas en crecimiento, consumo en crecimiento y necesidad de espacio en crecimiento, se sugiere que el administrador conceda pasaportes para una nueva Arca. Decidir el destino de las especies por la vía del pulgar hacia arriba o hacia abajo no parece ser un ideal deseable para el futuro del ambientalismo.
© La Nacion
Médico y biólogo, investigador del Conicet, el autor escribió Diario del hombre que piensa el agua
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