4 de maio de 2012

El Mercosur, ser o no ser, Por Julio María Sanguinetti


MONTEVIDEO,  La Nación, 4 de mayo de 2012
EL Mercosur está en una cruz de caminos. Se sinceran los gobiernos, lo rediseñan y lo hacen funcionar o seguirá hundiéndose en la degradación en la que hoy está, con tribunales que no se acatan, macroeconomías que no se coordinan y ya ni siquiera bienes que circulen libremente.
Ese mercado común fue el resultado de un gran momento de la región, en aquellos años 80 en que se revertía el mundo negro de las dictaduras, se recobraba la libertad y el ideal integracionista reverdecía. Retornaban las democracias y, con ellas, la necesidad de estrechar nuestros lazos políticos y económicos. La Comunidad Europea ofrecía, a su vez, una vigorosa fuente de inspiración.
El propósito, por cierto, no fue fundar una fortaleza neoproteccionista, que simplemente corriera la frontera aduanera de cada Estado al límite del Mercosur. La idea fuerza era -y debería seguir siendo- el regionalismo abierto, o sea, la consagración de un espacio económico mayor, para alcanzar una mejor economía de escala y así poder competir en un mundo que comenzaba a globalizarse.
Luego de un proceso de acercamiento, que se profundizó a partir de que, en 1985, retornamos a la democracia Brasil y Uruguay (en la Argentina ya gobernaba Raúl Alfonsín), se firmó el Tratado de Asunción el 26 de marzo de 1991, una vez que también Paraguay puso fin a la longeva dictadura del general Stroessner.
La esencia del Tratado, su núcleo, definido en el artículo 1°, era -y es- la "libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países", la fijación de un arancel externo común y la coordinación macroeconómica.
Desde 1991 hasta 1998 todas fueron mieles. Las economías estaban creciendo, los gobiernos coincidían en una común sintonía democrática y la buena relación personal de los presidentes aceitaba los engranajes cuando chirriaban. El 13 de enero de 1999 todo cambió: Brasil, el mercado mayor, devaluó bruscamente su moneda, las ecuaciones comerciales se dieron vuelta y la economía de los socios (tres veces más chica la de la Argentina y 47 veces la de Uruguay) vivieron un sacudón del cual nunca se repusieron verdaderamente.
A partir de allí, se hirió el espíritu de integración, y si bien los números siguieron creciendo, los problemas menudearon. El arancel externo se perforó como un colador, la coordinación macroeconómica nunca llegó y la libre circulación de mercaderías se comenzó progresivamente a obstaculizar. Sin olvidar otros aspectos fundamentales, como fue el entristecedor episodio del cierre del puente General San Martín sobre el río Uruguay, que el gobierno argentino consintió pese a que el Tribunal del Mercosur y la propia justicia argentina habían ordenado desalojar por su notoria ilicitud.
Ahora la situación se agrava, al reaparecer los más viejos instrumentos proteccionistas: las restricciones a las compras de divisas, la exigencia de compensaciones como tener que exportar para poder importar, la fijación de cuotas y así sucesivamente. No ha sido una medida ni un momento excepcional. Desde hace meses se vienen perfeccionando los instrumentos de restricción a la importación y el Mercosur no ha sido exceptuado de ellos. Ese es el nudo de la cuestión: en años anteriores, cualquier medida excepcional de restricción no alcanzaba a los socios, siempre exonerados. Hoy la calidad de socio no significa nada. Todos caemos por igual en las restricciones y esto pone en entredicho la existencia misma del tratado.
Para Uruguay, la exportación al Mercosur representa el 30%, o sea un porcentaje importante. En Brasil, es el 20%; en la Argentina, el 7, y el 3 en Paraguay. Para acceder a este mercado, Uruguay ha pagado caro, al desgravar importaciones de la Argentina y Brasil, que desplazaron a exportadores de otros destinos y sobre todo a productores uruguayos. Nuestro país perdió 1000 empresas industriales, que no fueron competitivas con las del vecindario y cerraron. Si después de este cumplimiento estricto del tratado y de haber "comprado" nuestro derecho a acceder a los mercados vecinos éstos ilícitamente nos restringen, estamos en una situación de crisis.
¿Qué se puede hacer? Negociar se ha negociado. Mal de parte de Uruguay, con debilidad conceptual, pero se ha intentado con reiteradas reuniones en que no pasamos de abrazos y palmadas. El otro camino es lograr que los socios le autoricen a una economía de mucho menos porte como la uruguaya negociar tratados de libre comercio con otros Estados, como ha hecho Chile pródigamente. Uruguay alcanzó un tratado de esa naturaleza con México y trabajosamente se aceptó por los socios esa posibilidad. Pero es preciso aumentarla, porque de lo contrario se llevará a Uruguay a una situación extrema.
En el medio uruguayo el reclamo crece. Son los industriales, son los comerciantes, son los transportistas, son los trabajadores. De algún modo todos empiezan a estar afectados y necesitan de reglas claras. Si fuera un tema bilateral tendría una dimensión, pero hoy claramente la cuestión es regional y envuelve a todo el Mercosur. A tal punto que los gobiernos deben asumir que encaran un debate a fondo, en serio, maduro, o simplemente el Mercosur va a desbarrancar del peor modo, en medio del descrédito, los reclamos intemperantes y las violaciones groseras. Parecería que hacia allí vamos.
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