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Una Universidad sirve para muchas cosas. Para investigar. Para intentar aplicar esa investigación. Para formar a personas cultas, críticas y libres e incluso para participar y orientar los debates políticos, económicos y sociales de un país. Pero si se les pregunta a unos 15.000 estudiantes europeos de educación superior por sus principales propósitos, el 74% dice que es muy importante que la universidad ofrezca los conocimientos y las competencias necesarias para integrarse con éxito en el mercado de trabajo, y otro 23% dice que eso es bastante importante, según un Eurobarómetro de 2009. Esas respuestas están muy por encima de las otras posibilidades que ofrecía la encuesta: mejorar el desarrollo personal y educar para una ciudadanía activa.
En una Universidad europea que lleva más de una década intentando reubicarse en un mundo globalizado, en el que parecía estar perdiendo la carrera de la educación en la economía del conocimiento frente a Estados Unidos y Japón (esto lo puso negro sobre blanco Andreas Schleicher, director del informe PISA de la OCDE, en 2006), la empleabilidad de los graduados se ha convertido en uno de los elementos centrales del debate. Más aún en tiempos de crisis y con unos campus que han pasado en las últimas décadas del elitismo destinado solo a una parte de la sociedad a lo que se ha llamado la Universidad de masas: en 1980 había 50 millones de estudiantes de educación superior en el mundo; en 1995 eran 82 millones y en 2009, 170 millones, según la UNESCO.
El mapa de la empleabilidad en Europa depende mucho del país que se elija y la carrera de la que se hable (hay menos paro en ingeniería o en salud que en ciencias sociales). “Pero lo que hemos observado son las diferencias tradicionales, con mejores perspectivas laborales en el norte de Europa y peores en el los países mediterráneos (especialmente en España)”, resume el especialista de la Universidad de Maastricht Rolf van der Velden. Es cierto que se pueden trazar unas líneas bastante claras entre países a través de las cifras dedesempleo de los titulados superiores entre 25 y 29 años (desde el 2,8% en Alemania, o el 5,2% en Reino, hasta el 20,2% en España o el 16% en Italia, pasando por el 9,3% de Polonia). Pero también lo es que eso no habla solo de los problemas de la Universidad, sino de los del mercado de trabajo: “Necesitamos también a los empleadores: ‘hacen falta dos para el tango”, añade Van der Velden.
El especialista del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas Lorenzo Serrano pone el ejemplo de España, y no solo por la estructura de un mercado muy basado durante años en el turismo y la construcción, sino con muchas microempresas y un empresariado en el que aún no son mayoría los que tienen titulación superior. “Hemos visto que las grandes empresas y los empleadores con estudios universitarios tienden a contratar más a graduados”, dice Serrano. Lo que está dejando claro la crisis, en cualquier caso, es que los estudios superiores son una gran ventaja contra el paro, también en España. El porcentaje de desempleo entre los jóvenes de 25 a 29 años con titulación superior en la UE ha pasado del 7% en 2008 al 9,2% en 2011; entre los que solo tienen educación básica, del 16,1% al 24,3%.
Todos los argumentos anteriores, sin embargo, no descargan en absoluto a las universidades de su parte de responsabilidad en la empleabilidad de sus titulados. Y lo cierto es que la preocupación es común en toda Europa, pues en muchos países donde los graduados tienen más facilidad para encontrar trabajo se topan sin embargo con el problema de la sobrecualificación (titulados en empleos por debajo de su formación). En Francia, Alemania o Reino Unido la cifra está por encima del 20% (en España, con un 33%, se suma este agujero al del paro juvenil).
La dicotomía que se suele plantear en las universidades es, entre tanta teoría, ¿más especialización o más habilidades transversales? Con un creciente número de graduados en toda Europa, “los estudiantes buscan otras formas de distinguirse más allá del propio título”, dice Van der Velden, con másteres, posgrados (a veces elitistas y caros), experiencia internacional , etcétera. Algo, en definitiva, que pueda marcar la diferencia a la hora de encontrar un hueco en el mercado laboral. En Reino Unido, por ejemplo, los expertos coinciden en que es casi más importante en qué universidad se haya estudiado que la carrera concreta. Y algo parecido ocurre en Francia con las Grandes Ecóles, subraya Jean-François Giret, de la Universidad de Borgoña. “En países del norte de Europa (desde el Benelux hacia arriba) las notas del currículo son un aspecto más diferencial en la valoración de las candidaturas, mientras que en países del sur es un referente, pero no es la valoración diferencial. Aquí las competencias y habilidades personales adquieren mayor importancia. Está claro que las culturas marcan estas diferencias en la valoración de los procesos de selección”, resume César Castel, de la multinacional de Recursos Humanos Adecco.
Pero, como también son muy importantes esas otras habilidades generales —“La demanda de trabajadores altamente cualificados está creciendo y seguirá haciéndolo”, añade Van der Velden— en un mercado de trabajo cambiante que requiere mucha flexibilidad, los especialistas echan mano del ideal clásico de la mesura y el equilibrio, tan difícil que alcanzar. “Especialización y habilidades más generales no son incompatibles. De hecho, ambas se han de potenciar: la parte de habilidades porque ya hay pocas áreas estancas en las organizaciones”, añade Castel. En un Eurobarómetro de 2010, los responsables de 7.000 compañías europeas señalaron las principales competencias que buscan en los graduados, por este orden: capacidad de trabajo en equipo, habilidades específicas del sector, capacidad de comunicación, informática y capacidad de adaptación a nuevas situaciones.
Como Castel, en aquel Eurobarómetro las empresas recomendaban, entre otras cosas, que durante la carrera se ofrecieran más prácticas. Según el informe REFLEX, hecho en 2007 en 15 países europeos, más del 60% de los graduados en Francia, Alemania, Austria y Finlandia tienen experiencias de trabajo relacionadas con sus estudios durante su formación, en contraste con alrededor del 20% de los graduados de Reino Unido, Italia y España. Desde 2007, muchas cosas han cambiado, y la reforma europea de las universidades (plan Bolonia) ha obligado a potenciar estas prácticas en países como Italia y España, pero se trata de una idea que, al parecer, cuesta mucho llevar a la práctica. Brenda Little, de la escuela de negocios de The Open University, recuerda que “hace 15 años una comisión sobre el futuro de la universidad en Reino Unido (el Comité Dearing) recomendó que los estudiantes tuvieran cierto contacto con el mundo del trabajo como parte de sus estudios, y que el Gobierno trabajara con los empleadores y las organizaciones profesionales para alentar a los primeros a ofrecer más oportunidades de prácticas a los estudiantes. Y, a pesar de ello, es discutible que nada de eso haya sucedido”.
“No creo que baste con un conocimiento especializado”, señala John Brennan, del británico Centro de Investigación de Educación Superior (Higher Education Research). Y explica por qué: “En muchos campos, el conocimiento se queda viejo muy rápido. Aprender a aprender, a adaptarse, a tomar responsabilidad, ser responsable y flexible son las habilidades genéricas en la mayoría de los campos”.
Para el especialista alemán Michael Gaebel, responsable de la unidad de políticas universitarias de la Asociación Europea de Universidades (EUA), “es vital que no se reduzca la cuestión de la empleabilidad a que los graduados consigan un trabajo. Debemos desconfiar de los modelos excesivamente simplistas de las relaciones entre Universidad y mercado laboral. Muchos prevén que un buen número de los puestos de trabajo que van a ser importantes en menos de una década aún no existen hoy. Por lo tanto, la tarea de las universidades tiene que ser educar para el futuro”.
Un futuro, además, que puede estar en cualquier parte de Europa y de un mundo cada vez más globalizado. Y eso deben tenerlo muy en cuenta las universidades en sus estrategias para mejorar la empleabilidad de sus titulados, insiste Van der Velden, de la Universidad de Maastricht: “Se deben ofrecer muchos más programas en inglés, por ejemplo. Aunque la movilidad internacional de estudiantes ha aumentado en la última década, el mundo se ha globalizado aún más”.
En una Universidad europea que lleva más de una década intentando reubicarse en un mundo globalizado, en el que parecía estar perdiendo la carrera de la educación en la economía del conocimiento frente a Estados Unidos y Japón (esto lo puso negro sobre blanco Andreas Schleicher, director del informe PISA de la OCDE, en 2006), la empleabilidad de los graduados se ha convertido en uno de los elementos centrales del debate. Más aún en tiempos de crisis y con unos campus que han pasado en las últimas décadas del elitismo destinado solo a una parte de la sociedad a lo que se ha llamado la Universidad de masas: en 1980 había 50 millones de estudiantes de educación superior en el mundo; en 1995 eran 82 millones y en 2009, 170 millones, según la UNESCO.
El mapa de la empleabilidad en Europa depende mucho del país que se elija y la carrera de la que se hable (hay menos paro en ingeniería o en salud que en ciencias sociales). “Pero lo que hemos observado son las diferencias tradicionales, con mejores perspectivas laborales en el norte de Europa y peores en el los países mediterráneos (especialmente en España)”, resume el especialista de la Universidad de Maastricht Rolf van der Velden. Es cierto que se pueden trazar unas líneas bastante claras entre países a través de las cifras dedesempleo de los titulados superiores entre 25 y 29 años (desde el 2,8% en Alemania, o el 5,2% en Reino, hasta el 20,2% en España o el 16% en Italia, pasando por el 9,3% de Polonia). Pero también lo es que eso no habla solo de los problemas de la Universidad, sino de los del mercado de trabajo: “Necesitamos también a los empleadores: ‘hacen falta dos para el tango”, añade Van der Velden.
El especialista del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas Lorenzo Serrano pone el ejemplo de España, y no solo por la estructura de un mercado muy basado durante años en el turismo y la construcción, sino con muchas microempresas y un empresariado en el que aún no son mayoría los que tienen titulación superior. “Hemos visto que las grandes empresas y los empleadores con estudios universitarios tienden a contratar más a graduados”, dice Serrano. Lo que está dejando claro la crisis, en cualquier caso, es que los estudios superiores son una gran ventaja contra el paro, también en España. El porcentaje de desempleo entre los jóvenes de 25 a 29 años con titulación superior en la UE ha pasado del 7% en 2008 al 9,2% en 2011; entre los que solo tienen educación básica, del 16,1% al 24,3%.
Todos los argumentos anteriores, sin embargo, no descargan en absoluto a las universidades de su parte de responsabilidad en la empleabilidad de sus titulados. Y lo cierto es que la preocupación es común en toda Europa, pues en muchos países donde los graduados tienen más facilidad para encontrar trabajo se topan sin embargo con el problema de la sobrecualificación (titulados en empleos por debajo de su formación). En Francia, Alemania o Reino Unido la cifra está por encima del 20% (en España, con un 33%, se suma este agujero al del paro juvenil).
La dicotomía que se suele plantear en las universidades es, entre tanta teoría, ¿más especialización o más habilidades transversales? Con un creciente número de graduados en toda Europa, “los estudiantes buscan otras formas de distinguirse más allá del propio título”, dice Van der Velden, con másteres, posgrados (a veces elitistas y caros), experiencia internacional , etcétera. Algo, en definitiva, que pueda marcar la diferencia a la hora de encontrar un hueco en el mercado laboral. En Reino Unido, por ejemplo, los expertos coinciden en que es casi más importante en qué universidad se haya estudiado que la carrera concreta. Y algo parecido ocurre en Francia con las Grandes Ecóles, subraya Jean-François Giret, de la Universidad de Borgoña. “En países del norte de Europa (desde el Benelux hacia arriba) las notas del currículo son un aspecto más diferencial en la valoración de las candidaturas, mientras que en países del sur es un referente, pero no es la valoración diferencial. Aquí las competencias y habilidades personales adquieren mayor importancia. Está claro que las culturas marcan estas diferencias en la valoración de los procesos de selección”, resume César Castel, de la multinacional de Recursos Humanos Adecco.
Pero, como también son muy importantes esas otras habilidades generales —“La demanda de trabajadores altamente cualificados está creciendo y seguirá haciéndolo”, añade Van der Velden— en un mercado de trabajo cambiante que requiere mucha flexibilidad, los especialistas echan mano del ideal clásico de la mesura y el equilibrio, tan difícil que alcanzar. “Especialización y habilidades más generales no son incompatibles. De hecho, ambas se han de potenciar: la parte de habilidades porque ya hay pocas áreas estancas en las organizaciones”, añade Castel. En un Eurobarómetro de 2010, los responsables de 7.000 compañías europeas señalaron las principales competencias que buscan en los graduados, por este orden: capacidad de trabajo en equipo, habilidades específicas del sector, capacidad de comunicación, informática y capacidad de adaptación a nuevas situaciones.
Como Castel, en aquel Eurobarómetro las empresas recomendaban, entre otras cosas, que durante la carrera se ofrecieran más prácticas. Según el informe REFLEX, hecho en 2007 en 15 países europeos, más del 60% de los graduados en Francia, Alemania, Austria y Finlandia tienen experiencias de trabajo relacionadas con sus estudios durante su formación, en contraste con alrededor del 20% de los graduados de Reino Unido, Italia y España. Desde 2007, muchas cosas han cambiado, y la reforma europea de las universidades (plan Bolonia) ha obligado a potenciar estas prácticas en países como Italia y España, pero se trata de una idea que, al parecer, cuesta mucho llevar a la práctica. Brenda Little, de la escuela de negocios de The Open University, recuerda que “hace 15 años una comisión sobre el futuro de la universidad en Reino Unido (el Comité Dearing) recomendó que los estudiantes tuvieran cierto contacto con el mundo del trabajo como parte de sus estudios, y que el Gobierno trabajara con los empleadores y las organizaciones profesionales para alentar a los primeros a ofrecer más oportunidades de prácticas a los estudiantes. Y, a pesar de ello, es discutible que nada de eso haya sucedido”.
“No creo que baste con un conocimiento especializado”, señala John Brennan, del británico Centro de Investigación de Educación Superior (Higher Education Research). Y explica por qué: “En muchos campos, el conocimiento se queda viejo muy rápido. Aprender a aprender, a adaptarse, a tomar responsabilidad, ser responsable y flexible son las habilidades genéricas en la mayoría de los campos”.
Para el especialista alemán Michael Gaebel, responsable de la unidad de políticas universitarias de la Asociación Europea de Universidades (EUA), “es vital que no se reduzca la cuestión de la empleabilidad a que los graduados consigan un trabajo. Debemos desconfiar de los modelos excesivamente simplistas de las relaciones entre Universidad y mercado laboral. Muchos prevén que un buen número de los puestos de trabajo que van a ser importantes en menos de una década aún no existen hoy. Por lo tanto, la tarea de las universidades tiene que ser educar para el futuro”.
Un futuro, además, que puede estar en cualquier parte de Europa y de un mundo cada vez más globalizado. Y eso deben tenerlo muy en cuenta las universidades en sus estrategias para mejorar la empleabilidad de sus titulados, insiste Van der Velden, de la Universidad de Maastricht: “Se deben ofrecer muchos más programas en inglés, por ejemplo. Aunque la movilidad internacional de estudiantes ha aumentado en la última década, el mundo se ha globalizado aún más”.
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