En este ensayo cedido en exclusiva a Ñ, unos de los máximos expertos de urbanismo en la era digital sostiene que el rasgo espacial clave de la sociedad interconectada es la conexión en red establecida entre lo local y lo global. “No se trata de ciudades globales, sino de redes globales que estructuran y cambian zonas específicas de ciertas ciudades mediante sus conexiones”, explica. Aquí, un panorama de estas nuevas urbes.
POR MANUEL CASTELLS
En la Era de la Información, la sociedad de redes es una estructura social global que se manifiesta en diferentes contextos culturales e institucionales, al igual que la sociedad industrial fue la estructura social de la Era Industrial. La transformación espacial es una dimensión decisiva de esta nueva estructura social. El proceso global de urbanización que estamos experimentando en los inicios del siglo XXI se caracteriza por la formación de una nueva arquitectura espacial en nuestro planeta, constituida por redes globales que conectan tanto las regiones metropolitanas más importantes como sus zonas de influencia. Dado que la forma de interconexión de las distribuciones territoriales también se extiende hacia la estructura intra-metropolitana, nuestra comprensión de la urbanización contemporánea debe comenzar con el estudio de tales dinámicas de interconexión tanto en los territorios abarcados por dichas redes como en las localidades excluidas de la lógica dominante de integración espacial global.
En el presente capítulo resumiré los principales rasgos y las causas subyacentes de la dinámica espacial de la sociedad de redes mundiales sobre la base de análisis previos y evidencia seleccionada ( Castells, 1989, 1999, 2000, 2004; Castells et al., 2006; Hall y Pain, 2006; Dear, 2005, 2006; Graham, 2005; Sassen, 2006; Lim, 1998; Broudehoux, 2004; Kwok, 2005; Lu, 2006; Hackworth, 2005; Wolch, 2004; Halle, 2003; Graham y Marvin, 2001; Abu-Lughod, 1999; Scott, 1998; Borja y Castells, 1997; Cordera, Ramírez Kuri, Ziccardi, 2008 ).
Antes que nada, una corriente de investigación conducida en las dos décadas pasadas en todo el mundo –en su mayor parte realizada a partir de la antigua tradición de la ecología humana y siguiendo la ruta señalada por el trabajo pionero de Harold Innis– ha mostrado la estrecha interacción que priva entre la transformación tecnológica de la sociedad y la evolución de sus formas espaciales ( Scott, 2001; Sanyal, 2003; Graham, 2005; Mattos et al. 2004; Hawley, 1950, 1956; Innis, 1950, 1951 ). Sabemos que la tecnología no constituye el factor determinante de tal evolución; sin embargo, la información y las tecnologías de la comunicación que se basan en la microelectrónica han mostrado que facilitan el establecimiento de redes digitales que apoyan la difusión de la nueva estructura social, al igual que el tendido de distribución de energía eléctrica y la máquina electrónica sostuvieron la expansión de la sociedad industrial ( Mitchell, 2000; Hughes, 1983 ). Asimismo, sabemos que en la era de la información y de las tecnologías de la comunicación –en marcado contraste con las predicciones de los futurólogos– no estamos presenciando la desaparición de las ciudades o la terminación de la distancia. En vez de ello, nos encontramos en medio de la ola de urbanización más grande que ha presenciado la historia del ser humano. Hay una concentración cada vez más acentuada de población y actividades en las zonas urbanas, así como en las áreas metropolitanas de mayor importancia. En 2011, hemos superado el umbral de 50% en la población urbana del planeta: 3.600 millones de personas, según el cálculo de 2010 del Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU), con más de mil millones que viven en asentamientos ilegales, sobre todo en las regiones metropolitanas ( Neuwirth, 2004 ). Las proyecciones del Fpnu calculan que en 2030 la cantidad de residentes urbanos alcanzará los 5.000 millones, de los cuales se espera que 81% viva en países en vías de desarrollo; y una tercera parte de ellos lo hará en tugurios. Para ese año, la mayoría de la población de todos los continentes (incluidos Asia y Africa) vivirá en zonas urbanas. América del Sur es ya 80% urbana; Europa y América del Norte están a punto de alcanzar ese porcentaje.
Si proyectamos la vista al futuro –mediante una simple extrapolación de las tendencias actuales en el crecimiento poblacional de las zonas urbanas–, para mediados de siglo es probable que alrededor de tres cuartas partes de los habitantes del planeta vivan en zonas urbanas. No obstante, la característica más importante de tan acelerado proceso de urbanización global es que estamos presenciando el surgimiento de una nueva forma espacial, a la cual se atribuyen diferentes denominaciones, según las diversas perspectivas de análisis. Yo la llamo región metropolitana. Con ello indico que es metropolitana, pero no que se trata de una zona metropolitana, pues por lo regular varias zonas metropolitanas se incluyen en dicha unidad espacial. Kathy Pain y Peter Hall (2006) las llaman “regiones de megalópolis policéntricas”; y se basan en el estudio empírico que realizaron sobre la metropolitanización reciente de Europa occidental. La metrópoli policéntrica (o región metropolitana) surge a partir de dos procesos intervinculados: descentralización extendida de las grandes ciudades a las zonas adyacentes, e interconexión de pueblos preexistentes cuyos territorios llegan a integrarse mediante las nuevas capacidades de comunicación. Tal modelo de urbanización es al mismo tiempo antiguo y nuevo. En sus palabras: “Se trata de una forma nueva [que incluye] entre 10 y 15 ciudades y pueblos, físicamente separados pero funcionalmente interconectados, agrupados alrededor de una o más ciudades grandes, espacialmente distantes, que atraen enorme poder económico de una nueva división funcional de la fuerza de trabajo. Dichos lugares existen como entidades separadas en las cuales la mayoría de los residentes trabajan en la localidad y la mayoría de quienes trabajan son residentes de ese lugar […] y como región funcional que se encuentra conectada por redes de transporte y comunicación por las que fluyen personas, bienes, servicios e información ( Hall y Pain, 2006:3 ).
Las infraestructuras de transporte y comunicación digital (incluidos los sistemas de comunicación inalámbrica) constituyen el sistema nervioso de la metrópoli policéntrica ( Rutherford, 2004 ). Agregaría también que en la mayor parte de los casos –salvo algunas excepciones, por ejemplo Toronto y Yakarta– no hay unidad institucional en tales regiones metropolitanas; ello trae consigo falta de rendición de cuentas en lo político, así como una planeación caótica para estos mega-asentamientos humanos.
Una metrópoli con muchos centros
La región metropolitana no es sólo una forma espacial de dimensión sin precedente en lo que se refiere a la concentración de la población y las actividades. Se trata de una forma nueva porque –en una misma unidad espacial– incluye áreas urbanizadas y tierra agrícola, espacio abierto y zonas residenciales muy densas: múltiples ciudades en una ruralidad discontinua. Es una metrópoli con muchos centros que no corresponde a la separación tradicional entre ciudades centrales y suburbios. Hay núcleos de diferentes dimensiones e importancia funcional distribuidos a lo largo de una vasta extensión de territorio que siguen las líneas de transporte. En ocasiones (como ocurre en las zonas europeas metropolitanas, pero también en California o Nueva York/Nueva Jersey), dichos centros son ciudades pre-existentes incorporadas en la región metropolitana mediante veloces vías de transporte ferroviario y carretero, suplementadas con avanzadas redes de telecomunicación y computación.
A veces, la ciudad central sigue siendo el corazón urbano, como sucede en Londres, París y Barcelona; sin embargo, a menudo, no constituyen centros urbanos claramente dominantes. Por ejemplo, la ciudad más grande de la zona de la bahía de San Francisco no es San Francisco, sino San José; sin embargo, aquélla sigue siendo la ubicación clave para los servicios avanzados, mientras la principal base económica de la región, Silicon Valley, no es ni San Francisco ni San José sino la zona intermedia. En otros ejemplos como en Atlanta y en Shanghai, el rápido crecimiento de la región metropolitana impulsa a los nuevos centros (North Atlanta, Pudong) a albergar negocios, servicios y población que gravitan hacia el dinamismo de tales centros metropolitanos. En todos los casos mencionados, la región metropolitana se encuentra integrada por una estructura multicéntrica –con jerarquías distintas entre los centros–, una descentralización de actividades, residencia y servicios con usos de tierra mezclados, así como una frontera indefinida de funcionalidad que extiende el territorio de esta ciudad sin nombre hacia dondequiera que se desplieguen sus redes.
A inicios del siglo XXI, las regiones metropolitanas constituyen una forma urbana universal. En 2005 en Estados Unidos, el Urban Land Institute identificó 10 zonas de megalópolis que dan cabida a 68% de la población estadounidense (citado por Hall y Pain, 2006). No obstante, las zonas metropolitanas más grandes del mundo se localizan en Asia. La más grande de ellas es una región poco conectada que se extiende desde Hong Kong hasta Guagzhou, y que incorpora a las villas manufactureras del delta del río Pearl, la boyante ciudad de Shenzhen (en la frontera de Hong Kong), así como las zonas adyacentes de Zhuhai y Macao; cada una de ellas cuenta con una economía y política particular, del todo interdependiente de los otros componentes de dicha región metropolitana del sur de China, y cuenta con una población de alrededor de 50 millones de personas.
Lo anterior prefigura el futuro de las megalópolis que espera China. Durante las conversaciones que sostuve en Pekín en noviembre de 2005 con funcionarios de planeación del Consejo Estatal, me informaron de sus planes para organizar el crecimiento metropolitano de China para 2020 en 10 regiones metropolitanas mayores, cada una con 50 millones de residentes. De hecho, la región meridional de China ha alcanzado ya esa dimensión; en 2007, el gran Shanghai albergaba ya a más de 30 millones de personas. Tales regiones metropolitanas van a constituir el corazón de la nueva China, cada vez más globalizada: el centro manufacturero del mundo en el siglo XXI. Dichas “ciudades” ya no son ciudades, no sólo conceptualmente sino también en el sentido institucional o cultural. En realidad, ni siquiera ostentan un nombre. En Los Angeles, los únicos que la denominan así son los visitantes o la minoría de las personas que habitan la ciudad de Los Angeles (aproximadamente tres y medio millones), en contraste con el resto de los habitantes de una California que es metrópoli meridional de más o menos 20 millones y se despliega de Santa Bárbara a San Diego y Tijuana más allá de la frontera, en un patrón de paisaje continuamente urbanizado a lo largo de la costa y que se extiende por más o menos 100 millas terreno adentro ( Wolch et al., 2004 ). Frente a esta perturbadora ausencia de nombre, los medios de comunicación de la California meridional han creado uno para dicho mercado de televisión integrado, que se emplea al inicio de las transmisiones de los noticiarios vespertinos: “Su noticiario local: desde la Tierra del Sur”.
La Tierra del Sur (¿sur de dónde?) es esta región metropolitana indefinida donde trabajan, habitan, se transportan y se comunican 20 millones de personas, hacen uso de una red de carreteras, de la cobertura de los medios, de las cadenas de cable, de las instalaciones eléctricas, así como de redes inalámbricas de telecomunicación, al mismo tiempo que se repliegan en la política de las localidades de un territorio fragmentado e identifican sus diversas culturas en función de etnicidad, edad y redes sociales que se definen a sí mismas. Por ello, la Tierra del Sur carece de una definición de fronteras institucionales, culturales o geográficas; sin embargo, mantiene una sólida unidad funcional y económica.
La descentralización espacial multifuncional
En Europa, Peter Hall y Kathy Pain (2006) han identificado la dinámica de la metrópoli policéntrica en las ocho principales regiones europeas que han estudiado. Lo que descubrieron fue la persistencia de la centralidad urbana en el núcleo de la región, pese a la articulación que priva entre diversos centros urbanos. En otras palabras: hay una especialización jerárquica de funciones entre los distintos centros urbanos. La estructura espacial general es policéntrica y, al mismo tiempo, jerárquica. Sin embargo, no hay expansión urbana descontrolada. De hecho, la expansión suburbana residencial tradicional que observaron los estudios sobre urbanismo en Estados Unidos en los años sesenta y setenta del siglo pasado, no es más la configuración predominante en las zonas metropolitanas de la Unión Americana. El proceso de asentamiento residencial se ha extendido a las afueras de una ciudad, en tanto que muchos suburbios se han transformado en áreas densamente pobladas, donde en ocasiones predominan los edificios de gran altura, y las actividades económicas se han descentralizado a lo largo del trazado de las líneas de transporte; de tal manera, se da una combinación de actividades en las zonas exteriores, junto con la diversificación de las funciones de centralidad urbana.
El concepto de expansión suburbana residencial como forma predominantemente urbana ha pasado de moda. En la actualidad observamos una centralidad distribuida y un proceso de descentralización espacial multifuncional. Los rasgos clave son la difusión y la interconexión tanto de población como de actividades en la región metropolitana, junto con el crecimiento de distintos centros interconectados de acuerdo con una jerarquía de funciones especializadas. ¿Por qué ocurre así? ¿Cuáles son los motivos que dan origen a tales regiones metropolitanas?
Peter Hall y Kathy Pain proponen una hipótesis mayor que constituye una de las claves para develar el misterio, aunque no es la única. En la economía del conocimiento, los servicios avanzados son los generadores del crecimiento, la riqueza y el poder urbanos; asimismo, se organizan de manera global. De modo que la globalización de dichos servicios se halla en la fuente de la concentración en algunas zonas del mundo que constituyen los nódulos principales de la capacidad de administración en red de nuestra sociedad. Tales servicios avanzados actúan como guía de la centralidad urbana, pues se congregan en los centros antiguos o nuevos de nuestras ciudades más importantes. Estos centros de servicio de alto nivel se localizan en lugares que se encuentran bien conectados en lo referente a transporte y telecomunicación; además, cuentan con una base sólida en lo que respecta a la generación de conocimiento y mano de obra profesional.
Se trata claramente de una razón fundamental para explicar el fenómeno de la concentración metropolitana; pero, hay otras. Comenzaré con la proposición de que el rasgo espacial clave de la sociedad interconectada es la conexión en red establecida entre lo local y lo global. La arquitectura global de las redes del mundo conecta los lugares de manera selectiva, según su valor relativo para la red. Diversos estudios demuestran la importancia que tiene la lógica global de establecer redes para la concentración de actividades y población en las regiones metropolitanas.
Lo anterior no sólo quiere decir que tales regiones metropolitanas se encuentran conectadas globalmente, sino que las redes globales –así como el valor que se encargan de procesar– necesitan operar a partir de nódulos ubicados en la red. Los centros financieros que tienen su sede en Londres, Tokio y Nueva York no han producido un mercado financiero global a partir de redes de computación comunicadas y de sistemas de información. El mercado financiero global es el que ha reestructurado y fortalecido los lugares (viejos y nuevos) desde donde se manejan los flujos de capital. No se trata de ciudades globales, sino de redes globales que estructuran y cambian zonas específicas de ciertas ciudades mediante sus conexiones. Después de todo, gran parte de Nueva York (a saber, Queens), Tokio (por ejemplo, Kunitachi) o Londres (vale decir, Hampstead o Brixton), resultan muy locales, salvo por sus poblaciones de inmigrantes.
Las funciones globales de algunas zonas de ciertas ciudades se hallan determinadas por la conexión que tienen con las redes globales de creación de valor, transacciones financieras, funciones administrativas o de otro tipo. A partir de dichos puntos nodales de ubicación –mediante la operación de servicios avanzados–, se expanden los cimientos económicos y de infraestructura de la región metropolitana. Así pues, la cambiante dinámica de las redes –así como la de cada red específica– explica la conexión con ciertos lugares, en vez de que los lugares expliquen la evolución de las redes. Los puntos de conexión en esta arquitectura global de redes constituyen los polos que atraen riqueza, poder, cultura, innovación y gente (innovadora o no) hacia tales sitios.
Para que esos lugares se vuelvan nódulos de las redes globales, necesitan apoyarse en una infraestructura multidimensional de conectividad: transporte multimodal por aire, tierra o mar; redes de telecomunicación; redes de computación; sistemas de información avanzados; así como la infraestructura entera de servicios auxiliares (desde contabilidad y seguridad hasta hoteles y entretenimiento) indispensables para que el nódulo funcione ( Kiyoshi et al., 2006 ). Cada una de dichas infraestructuras requiere ser atendida por personal altamente capacitado, cuyas necesidades habrán de ser satisfechas por trabajadores del sector servicios. Ellos son los ingredientes para el crecimiento de la región metropolitana. Los sitios de conocimiento y las redes de comunicación son los polos espaciales de atracción para la economía de la información, por ser los lugares donde se hallan los recursos naturales y las redes de distribución de energía determinados por la geografía de la economía industrial.
Lo anterior resulta aplicable a Londres, Mumbai, São Paulo o Johannesburgo. Cada país cuenta con su(s) propio(s) nódulo(s) mayor(es) que conecta(n) el país con las redes globales estratégicas. Tales nódulos subyacen a la formación de las regiones metropolitanas que determinan la estructura espacial local/global de cada país por medio de su entramado interno, que contiene varias capas. Fuera de los lugares donde se instrumenta la creación de valor en red, se localizan los espacios de exclusión o “paisajes de desesperación” ( Dear y Wolch ), ya sean intrametropolitanos o rurales.
¿Por qué tales redes globales conectadas mediante nódulos necesitan instrumentarse en ciertas regiones metropolitanas específicas? ¿Por qué el procesamiento de sus operaciones tan abstractas resulta incapaz de liberarse de las limitantes espaciales? En este punto podemos aplicar los modelos tradicionales de explicación ( Castells, 1989; Sassen, 1991 ). Lo importante en la ubicación de los servicios avanzados es la micro-red del proceso de toma de decisiones de alto nivel, que se basa en relaciones presenciales, vinculadas con una macro-red de aplicación de la decisión, que funciona a partir de redes de comunicación electrónica.
En otras palabras: el encuentro personal para lograr acuerdos financieros o políticos sigue siendo indispensable, sobre todo cuando hay necesidad de observar discreción absoluta en caso de toma de decisiones en las cuales va de por medio el riesgo de la competencia. En las decisiones referentes a la ubicación de las funciones de administración de organizaciones empresariales, el factor intangible sigue siendo tener acceso a las micro-redes localizadas en ciertos lugares selectos, en lo que denomino “ámbitos” ( Castells, 1989 ). Pueden ser ámbitos financieros ( por ejemplo, Nueva York, Londres, Tokio; Sassen, 1991 ), pero también tecnológicos ( como en Silicon Valley; Saxenian, 1994 ) u otros centros de innovación tecnológica del mundo ( Castells y Hall, 1994 ), o bien relacionados con los medios de comunicación ( Los Angeles y Nueva York; Abrahamson, 2004 ). La innovación y los procesos de toma de decisiones clave ocurren durante la entrevista personal, y aún requieren de un espacio compartido.
Una nueva forma de interactuar
Lo que resulta fundamentalmente nuevo es que tales nódulos interactúan de manera global, instantáneamente o en tiempos escogidos en toda la superficie del planeta. De tal modo, la red de puesta en práctica de la decisión constituye una red macro-electrónica global. Mientras tanto, la red de toma de decisiones y generación de iniciativas, ideas e innovación es una micro-red que opera mediante la comunicación personal y que se concentra en ciertos sitios. Esta arquitectura espacial explica simultáneamente la concentración de ciertos lugares metropolitanos y la difusión en términos de redes: el espacio de los sitios y el espacio de los flujos. Una vez identificado tal mecanismo, todo lo demás puede ser explicado: la concentración de los servicios auxiliares, la infraestructura de comunicación que se desarrolla en un lugar y no en otros, la atracción de talento, las condiciones de vida satisfactorias para los creadores de valor, y así por el estilo.
Las infraestructuras de comunicación son componentes decisivos en el proceso de mega-metropolización; pero no constituyen el origen del proceso. La infraestructura de la comunicación se desarrolla a partir de que haya algo que comunicar. Dicha necesidad funcional exige el desarrollo de las infraestructuras. Las localidades de creación de valor ofrecen grandes oportunidades y mejores servicios; tal oferta atrae a los profesionales talentosos e innovadores, porque el dinero fluye, se instala un mercado próspero y aparecen mejores ofertas culturales, instalaciones educativas y servicios de salud; por tanto, surgen los empleos, que siguen siendo la fuente principal de desarrollo urbano. Puesto que las oportunidades de trabajo ejercen atractivo global, tales regiones metropolitanas se vuelven también puntos focales de la inmigración. Se desarrollan como sitios multiétnicos y establecen conexiones globales no sólo en el nivel de las interacciones funcionales y económicas, sino también en el de las relaciones interpersonales: las redes y las personas, conceptualizadas por Smith y Guarnizo (1998) como “transnacionalismo desde abajo”.
En la fuente del proceso de metropolitanización, se halla la habilidad de concentrar la producción de servicios, finanzas, tecnología, mercados y personas. Ello crea economías de escala (como en las formas previas de urbanización) y economías de sinergia, que son las más importantes en la actualidad. “Economías espaciales de sinergia” significa que estar en un lugar donde hay interacción potencial con socios valiosos, crea la posibilidad de agregar valor como resultado de la innovación generada por dicha interacción. Las economías de escala pueden ser transformadas por las tecnologías de la información y la comunicación en su lógica espacial. Las redes electrónicas propician la formación de líneas de ensamblado globales. La producción de software puede ser espacialmente distribuida y coordinada por las redes de comunicación. Por otro lado, las economías de sinergia requieren aún de la concentración espacial de la interacción personal, pues la comunicación opera en un ancho de banda mucho más amplio que la comunicación digital a distancia. Por ello, la investigación científica se concentra todavía en instalaciones universitarias en todo el mundo, al mismo tiempo que dichas instituciones académicas no pueden operar sin conectarse con la red mundial establecida de la ciencia.
En la era de la información y la innovación, las ciudades siguen siendo más que nunca los sitios de la generación de valor y la base material del poder, la producción cultural y la selección social ( Hall, 1998 ). La calidad de vida no tiene nada que ver con ello. Se trata de un concepto enteramente subjetivo. Los suburbios de Green Silicon Valley son lugares aburridos para vivir desde la perspectiva de un neoyorquino hasta la médula o de un parisino no reconstruido. Sin embargo, la innovación tecnológica más importante de los últimos 50 años ha tenido lugar ahí. Los ingenieros de Silicon Valley no frecuentan los bares de San Francisco; apenas disponen de tiempo para acudir a sus bares suburbanos. ¿Qué hacen ahí entonces? ¿Es por la calidad de vida? ¿Por la vida nocturna? No. Porque les entusiasma su trabajo: están fascinados por su propia creatividad y acarician la posibilidad de estar cerca de otros creadores. Las ciudades se ponen de moda sólo cuando tienen el poder y los recursos monetarios para lanzar tendencias.
Redes específicas, nódulos diferentes
Ahora bien, la observación estratégicamente más importante para un análisis en términos de las redes espaciales, consiste en que dichas redes globales no tienen la misma geografía y habitualmente no comparten los mismos nódulos. La red de innovación en la tecnología de la información y la comunicación (o sea, Silicon Valley) no es la misma que la red de las finanzas, salvo por la red de capital de riesgo que por lo regular se origina desde dentro de la industria de la alta tecnología. Los organismos políticos –nacional e internacionalmente– construyen sus propios sitios espaciales y sus redes de poder. La red global de investigación científica no se traslada con las redes de la innovación tecnológica. Por eso tantos se sorprenden con los fracasos en los que caen los proyectos dirigidos a construir nuevos Silicon Valleys alrededor de una nueva universidad. La creatividad artística también tiene su propia red, la cual cambia constantemente, según los campos del arte y las tendencias de la moda.
La economía delictuosa global –que representa 5% del producto interno bruto mundial– se construye sobre sus propias redes específicas, con nódulos que por lo regular no coinciden con los de la innovación financiera o tecnológica. La administración del tráfico de estupefacientes escoge sitios como Medellín, Bogotá, el norte de México, Miami, Bangkok, Kabul y Amsterdam; la mayor parte de ellos, nódulos secundarios de otras redes de mayor alcance.
Así pues, hay una serie de capas en el entramado de las redes globales en las actividades estratégicas clave que estructuran y deconstruyen el planeta. Cuando tales redes de múltiples capas se traslapan en algún nódulo (cuando hay uno que corresponde a redes distintas), se presentan dos consecuencias. Primera: las economías de sinergia entre tales redes distintas ocurren en dicho nódulo; es decir, entre mercados financieros y negocios de los medios, o entre investigación académica y desarrollo de tecnología e innovación, o entre política y medios. Asimismo, puesto que estas redes de varias capas se ubican en sitios particulares (y muchas redes comparten un nódulo en dichos sitios), tales localidades se vuelven mega-nódulos. Devienen nódulos de transformación para el sistema global entero y sirven de enlace con nódulos diversos. Londres y Nueva York constituyen casos típicos de dicha ventaja nodal múltiple.
Boston no alcanza el mismo nivel porque aunque tal vez sea el nódulo dominante en la investigación académica y uno importante en la innovación tecnológica (sobre todo en la biotecnología), sólo se trata de un nódulo secundario en las redes financieras, subsidiario de otros nódulos en muchas dimensiones importantes de la riqueza y el poder. Es otra razón por la cual en China hay una clara diferencia entre Pekín y Shanghai en lo referente a los nódulos y el papel distintivo que desempeñan en la arquitectura global: Pekín se especializa en lo político, lo financiero, lo científico y lo tecnológico; por lo que respecta a Shanghai, lo suyo son las redes financieras y el comercio global.
Tales mega-nódulos no son ciudades globales: sencillamente se trata de la dimensión urbana de las redes globales de capas múltiples, lo cual resulta algo distinto. En otras palabras, con el propósito de comprender la dinámica y el significado del nódulo, debemos comenzar con el análisis de cada red y la interacción que sostienen como producto de su convergencia espacial. Sin embargo, todo mega-nódulo se vuelve un polo de atracción de capital, mano de obra e innovación. Aquí es donde surge la contradicción. Un mega-nódulo atrae recursos y aumenta las oportunidades de incrementar la riqueza y el poder. Al mismo tiempo –puesto que pocas veces cobra carácter institucional o consigue la capacidad política de toma de decisiones autónoma como región metropolitana–, difícilmente puede poner en práctica las políticas redistributivas que se requieren para cubrir las necesidades de la localidad. Al no presentarse demandas sociales activas ni movimientos sociales, el mega-nódulo impone la lógica de lo global sobre lo local.
La consecuencia clara de dicho proceso es la coexistencia del dinamismo metropolitano con la marginalidad metropolitana, expresada en el alarmante crecimiento tanto de los asentamientos depauperados en todo el mundo como en la persistencia del barrio de miseria en las banlieus de París y en las zonas urbanas deprimidas de Estados Unidos. Priva una contradicción cada vez mayor entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares. Tales mega-nódulos concentran más y más riqueza, poder e innovación en el planeta. Al mismo tiempo, pocas personas en el mundo (de hecho 13%, según la Encuesta Mundial de Valores) se identifican con la cultura global, cosmopolita, que impregna las redes globales y es venerada por las elites de los mega-nódulos. En contraste, 47% de las personas ostenta una fuerte identidad regional o local. Por tanto, las redes globales integran ciertas dimensiones de la vida del ser humano y excluyen otras, independientemente de cuáles sean las intenciones de los actores. La contradictoria relación entre significado y poder se manifiesta mediante una disociación cada vez más señalada entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares. El significado es definido en términos del lugar, hay lugares en el espacio de los flujos y flujos en el espacio de los lugares. Mientras tanto, la funcionalidad, la riqueza y el poder quedan definidos en términos de los flujos. Se trata de la contradicción más crítica que surge en nuestro mundo urbanizado conectado en una red global.
*Este ensayo, inedito en Argentina, fue publicado en el libro “Ciudades del 2010: entre la sociedad del conocimiento y la desigualdad social”, editado por la Universidad Nacional Autonoma de Mexico y coordinado por Alicia Ziccardi.
*Traduccion de Marcela Pineda Camacho, Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autonoma de Mexico.
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