Un informe muestra que el 90% de las ciudades registraron problemas con el consumo del derivado de cocaína
AFONSO BENITES São Paulo 19 DIC 2013 - El País
El crack es una de las drogas más devastadoras que, hace casi tres décadas, se extendieron por São Paulo y las principales ciudades brasileñas. Hoy, de acuerdo con una reciente pesquisa de la Fundación Oswaldo Cruz, cerca de 370.000 personas en las capitales de las 27 unidades de la federación consumen de forma regular este derivado de la cocaína. La cifra representa casi el 1% de la población de dichas ciudades.
Otro informe de la Confederación Nacional de Municipios concluye que el 90% de los 5.563 municipios brasileños tiene problemas con el estupefaciente, ya que casi 1,1 millones de personas han probado el crack. Grandes ciudades como Río de Janeiro, Salvador y Belo Horizonte luchan frecuentemente para acabar con sus crackolandias, como se conoce a las zonas donde se concentran los consumidores. El Gobierno federal ya lo considera una epidemia e intenta implantar una serie de programas en colaboración con los Estados para ayudar en el tratamiento de adicciones.
El crack, una sustancia muy adictiva, llegó a Brasil a finales de los ochenta para abaratar el precio de la cocaína. Hoy, una piedra cuesta de cinco a 10 reales (entre dos y cuatro dólares, aproximadamente) dependiendo de su tamaño (generalmente de hasta 2 centímetros) y lugar de venta. La cocaína cuesta entre 40 y 60 reales (de 17 a 26 dólares).
Difícilmente se incautan alijos de crack. Lo que llega al país es la pasta base de cocaína, procedente principalmente de Bolivia y de Colombia. Ya en territorio brasileño, los laboratorios clandestinos las transforman en piedras que, al ser quemadas, emiten el sonido que da el nombre a la droga.
Su consumo suele relacionarse sobre todo con personas sin hogar: muchos de los adictos vagan, desnortados y sucios, por la ciudad. Pero los consumidores no son solo personas desfavorecidas. Además de los 18 hoteles ilegales que el Gobierno de São Paulo quiere cerrar, existen decenas de casas donde se vende y se consume libremente. En São Paulo son al menos diez en barrios de clase media. En ellas, estudiantes, trabajadores del comercio y empresarios se reúnen con el único objetivo de consumir. Después, vuelven a sus trabajos y a sus casas.
Los estudios médicos dicen que los efectos en el cuerpo son veloces. La adicción llega porque el usuario intenta buscar la misma sensación que tuvo en la primera vez que consumió la droga. Algunos cuentan que el placer es similar a un orgasmo. Dura, a lo sumo, cinco minutos.
Sus efectos en el organismo son más rápidos que los de la cocaína, porque la droga es rápidamente absorbida por los pulmones y llega al cerebro en cuestión de segundos. Causa temblores, crea una sensación de euforia, aumenta la presión arterial. La taquicardia puede causar un infarto de miocardio y, en casos extremos, un accidente vascular cerebral. Cuando se usa en grandes cantidades, el adicto tiene menos hambre y pierde el sueño. Es común que las personas adelgacen después de un uso continuado del estupefaciente.
La mayoría de los tratamientos intenta aliar la cuestión de la salud con la social. La idea es crear nuevos vínculos y hábitos distintos al consumo de la droga.
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