15 de janeiro de 2014

Poeta argentino Juan Gelman morre aos 83 anos no México


Vencedor do Cervantes, autor foi símbolo da resistência à ditadura
DE SÃO PAULO, Folha de S.Paulo, 15/1/2014

Morreu ontem no México, aos 83 anos, o poeta e jornalista argentino Juan Gelman.
As causas da morte não foram reveladas.
Reconhecido tanto pela qualidade dos seus versos quanto pela sua militância política, Gelman publicou mais de 20 livros e recebeu em 2007 o prêmio Cervantes, o principal em língua espanhola --conquistou também o Juan Rulfo, em 2000, e o Rainha Sofia de Poesia Iberoamericana, em 2005.
Durante a ditadura militar argentina (1976-1983), Gelman teve o filho, Marcelo, assassinado. Sua nora, Maria Claudia, foi sequestrada enquanto estava grávida e levada ao Uruguai pela Operação Condor. Nesse país, deu à luz e desapareceu. A filha do casal, Macarena, foi entregue a um policial uruguaio e só teve a identidade revelada em 2000.
Gelman também foi condenado à morte pelo grupo de esquerda argentino Montoneros, do qual chegou a fazer parte, por sua oposição à luta armada. Após o golpe na Argentina, em 1976, ele se exilou na Itália. Depois mudou-se para o México, onde vivia havia mais de 20 anos.
Nascido em Buenos Aires, filho de imigrantes judeus ucranianos, o autor aprendeu a ler aos três anos e escreveu os primeiros poemas aos oito. Adolescente, ele ingressou na Federação Juvenil Comunista da Argentina e estudou química na universidade, embora tenha dedicado a vida à escrita.
Nos anos 1950, Gelman e outros companheiros fundaram um grupo de poesia chamado El Pan Duro, com o objetivo de publicar livros de poema mediante venda antecipada e recitais.
Entre seus livros mais reconhecidos estão "Velorio del Solo", "Bajo la Lluvia Allena" e "Amor que Serena, Termina?" (Record, esgotado).

‘Verdad es’, el último poema de Gelman

El poeta argentino entregó este texto a Joaquín Sabina, un testamento conmovedor sobre la muerte que se avecinaba


Juan Gelman le entregó en México a Joaquín Sabina en secreto, como dice el cantante y poeta, este poema último sobre los últimos tiempos de su vida, sobre la que se avecinaba. Es un inédito testamento conmovedor en el que no falta el hondo humor, cabal, del poeta que acaba de morir. Se lo dedicó a Sabina, escrito a mano.

Verdad es

Cada día
me acerco más a mi esqueleto.
Se está asomando con razón.
Lo metí en buenas y en feas sin preguntarle nada,
él siempre preguntándome, sin ver
cómo era la dicha o la desdicha,
sin quejarse, sin
distancias efímeras de mí.
Ahora que otea casi
el aire alrededor,
qué pensará la clavícula rota,
joya espléndida, rodillas
que arrastré sobre piedras
entre perdones falsos, etcétera.
Esqueleto saqueado, pronto
no estorbará tu vista ninguna veleidad.
Aguantarás el universo desnudo.

Juan Gelman
La Condesa DF
28 de octubre de 2013

El poeta de los ojos tristes

La vida de Juan Gelman estaba marcada por la muerte de su hijo y su nuera a manos de la dictadura y la búsqueda de su nieta

Gelman, en 2004 / LUIS MAGÁN
Juan Gelman, el poeta de los ojos tristes, era capaz de arrancarse de madrugada a rasguear la guitarra; en tiempos en que su pesadilla era más grande, pues buscaba con ahínco pero sin esperanza a su nieta secuestrada en 1976 por los golpistas de Videla, la poesía y esos instantes de la noche le devolvían a la vida, como si se la prestaran. Esa larga historia que lo convirtió en huérfano de su hijo y en abuelo en perpetuo estado de incertidumbre lo llenó de pena, y “la pena”, dijo una vez con su enorme capacidad para la melancolía y el sarcasmo, “es un territorio muy amplio, probablemente argentino”. Él nunca se quitó de veras la pena.
Cuando en 2000 apareció la nieta, una joven que había vivido hasta entonces con un matrimonio al que se la entregaron los militares, se alivió la pesadumbre pero mantuvo su rastro. Fue mucho pesar, él lo llevó con la dignidad personal de un combatiente. A veces, cuando recitaba en público y aún existía esa sombra en su vida, cada verso era un esfuerzo y una rasgadura, como si llorara en voz baja. Por eso asombraba en esos instantes en que le robaba a alguien la guitarra que riera y cantara como si fuera otro.
Esa búsqueda de la nieta fue la razón mayor de su tristeza, pero nunca fue un hombre vencido. Ahora, consciente de la enfermedad que acabó con su vida, tuvo energía aún para desear a sus amigos un año menos difícil. Volvió del hospital, donde entró y salió desde el último noviembre, porque quiso que fuera en su casa donde dijera adiós a todo esto.
Nació en Argentina en 1930. El golpe de Estado de Videla lo condujo al exilio en México, de donde jamás quiso volver a su país. Su nuera esperaba una criatura cuando la secuestraron; de ella y del hijo de Gelman no se supo nunca más; el poeta estaba seguro de que la criatura vivía en alguna parte. La movilización mundial a favor de su lucha por encontrarla chocó durante años contra la inepcia del Vaticano, al que acudió, y de los gobiernos uruguayo y argentino, pero contó con el apoyo de sus escritores, periodistas y activistas. Sus amigos José Saramago y Eduardo Galeano presidieron una campaña mundial a favor de la búsqueda de la nieta; esa campaña se intensificó cuando por fin hubo noticias que daban fe de que la muchacha existía, y en 2000 al fin se produjo ese encuentro. Macarena Gelman tiene ahora 35 años y vive en Uruguay. Esa noche del reencuentro su amigo Mario Benedetti dijo: “Hablé con Juan y está de lo más feliz”.
Esa noticia fue para él la emoción más grande de su vida. Su poesía, irónica y secreta, escrita desde la melancolía, vivió momentos más claros; pero él siguió siendo el poeta de los ojos tristes que a veces ocultaba la risa tras el bigote poblado. Alto, desgarbado, Gelman caminaba dejando atrás, siempre, la estela del humo de su cigarrillo. Su voz tenía la cadencia del silencio; podía recitar ante miles, pero jamás levantó la voz. Últimamente había adelgazado mucho, de modo que cuando se desplazaba parecía que iba a volar tras el humo.
En el último mes de abril, cuando publicó su libro Hoy, de prosa poética, como muchos de los suyos, explicó aquí qué sintió cuando fue condenado uno de aquellos verdugos de su hijo. “Entre los culpables del asesinato de mi hijo había un general que fue condenado a prisión perpetua. Pero cuando dictaron la sentencia yo no sentí nada. Ni odio, ni alegría. Y me pregunté por qué, y eso me llevó a escribir, para preguntarme qué había pasado”. En esa conversación, Gelman resumió su disgusto con el papa Francisco, a quien había acudido cuando éste era el obispo Bergoglio en busca de ayuda para encontrar a su hijo. El obispo le dijo que no podía hacer nada, “pero ante la justicia declaró otra cosa, que había hecho gestiones sin éxito”.
Esa larga lucha (35 años buscando rastros de la vida de los suyos) no sólo lo marcó como persona, sino que llenó de amargura y sarcasmo su escritura. Él tenía, decía, “la confianza lastimada”. También con respecto al porvenir del mundo. Ese hombre está en sus versos.
Ganó los principales premios de la literatura en español: el Rulfo, elReina Sofía de poesía, el Cervantes (en 2007). Para él, la poesía era “una forma de resistencia”, pero ese compromiso civil no alteró su manera de ser poeta. ¿Hermético?, se preguntaba. “No, lo que hago es respetar al lector, obligarlo a que lea por dentro”. En el Ateneo de Madrid, en uno de sus tumultuosos recitales, siete años después del hallazgo de la nieta, leyó su poema padre de entonces como si fueran a temblar sus manos, sus ojos, él entero: “Así que has vuelto / como si hubiera pasado nada / como si el campo de concentración no / como si hace veintitrés años / que no escucho tu voz ni te veo / han vuelto el oso verde tú / sobre todo larguísimo y yo / padre de entonces / hemos vuelto a tu hijar incesante / en estos hierros que nunca terminan / ¿Ya nunca cesarán? / ya nunca cesarás de cesar / vuelves y vuelves / y te tengo que explicar que estás muerto”. La ovación compungida de la gente fue la confirmación de que el público y el poeta se leyeron por dentro.
Esa historia fue su vida: el hijo muerto, la hija muerta, la nieta en un paradero sobre el que él arañaba. Todo eso seguía vivo en su mirada, por tanto en esos versos, padre de entonces. Fue comunista, periodista y resistente, la sombra de esa historia no le permitió jamás olvidar esa militancia contra el olvido.
Fue un resistente comprometido también con los cambios habidos en su país para revertir los efectos de la ley de punto final que había proclamado el presidente Alfonsín. Esa “impunidad espantosa” fue anulada por el presidente Kirchner y dio paso a las condenas de los represores, entre ellos los represores de su familia. Y desde ese punto de vista defendió aquí al juez Garzón cuando éste trató de perseguir el franquismo y restituir la dignidad de los perseguidos durante la dictadura. “No entiendo”, dijo entonces, “el castigo a Garzón por rastrear la memoria”.
Un día le pregunté quién era. Y él dijo:
--Quién sabe. Yo, no.


    Nenhum comentário:

    Postar um comentário