20 de maio de 2012

Entrevista con Jon Lee Anderson "Ni Africa tiene los índices de homicidio y narcotráfico de América latina"




Por Pablo Sirvén | LA NACION, 20 de mayo, 2012


Casi no recuerda que es californiano, porque hace rato que eligió ser ciudadano del mundo, pero no del mundo confortable de los turistas. Prefiere ser espectador privilegiado de los peores desencuentros de la humanidad y de algunas de sus más terribles catástrofes naturales, como el terremoto de Haití. Su instinto periodístico lo puede llevar de Cuba a Afganistán y de Sudán a El Salvador. Escribió un libro sobre la caída de Bagdad y otro acerca de Ernesto "Che" Guevara, entre varios más, y trazó precisos perfiles sobre Augusto Pinochet, el rey Juan Carlos y Saddam Hussein. No por casualidad muchos lo consideran el heredero de Ryszard Kapuscinski y, al igual que el célebre polaco, también frecuenta con sus vitales enseñanzas los talleres de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, de Gabriel García Márquez.
Después de haber estado en peligrosos frentes de batalla, Anderson experimentó días pasados quedar atrapado un buen rato en medio del complejo tránsito porteño, agravado por el constante asedio de piquetes. De humor inalterable, la siguiente charla tiene lugar después de sucesivas corridas para recuperar el tiempo perdido.
¿Qué es lo que más llama la atención a un norteamericano cuando conoce América latina?
-Bueno, yo soy un norteamericano atípico porque me he criado en el extranjero, incluyendo en América latina. Pero creo que lo que llama tradicionalmente la atención son las palpables diferencias entre clases sociales y la presencia muy visible de la pobreza a flor de piel. Las favelas en Brasil son notables y también las villas miseria en la Argentina, como las barriadas en Lima. Se trata de un tipo de pobreza donde la gente a veces vive a la vuelta de tu esquina en condiciones muy precarias. Eso tiene que ver con la falta de espíritu cívico y de sentimiento de común pertenencia por parte de la clase política, tal vez producto de que la mayoría de las sociedades creadas surgieron tras la conquista española y no por medio de una revolución democrática. Hace treinta años, la mayor parte de América latina tenía dictaduras y algunos países sostienen todavía economías feudales, con claras diferencias entre la clase pudiente y la gente que vive en la pobreza.
Esa impronta de saqueo inicial de la conquista española, ¿es posible que se haya ido reiterando, o metaforizando, en sucesivos saqueos internos o externos a través del tiempo por parte de los distintos sistemas políticos que se fueron implementando?
-Básicamente, ésa es mi lectura.
¿Se convirtió la pobreza en una suerte de "materia prima" perversa de la política?
-Las elites, en muchos de estos países, eran pequeñas clases pudientes con dominio sobre la mayoría de los recursos. A mí siempre me chocó mucho visitar gente con mundo, educada en los mejores lugares, viviendo en una gran casona rodeada de un muro sin aparentemente importarle que al lado viviera una colonia de gente miserable en un barranco. Es algo que vemos en todo el hemisferio: ese odio de clase hacia estos forajidos incultos, miserables y peligrosos.
Como estadounidense atípico que ha vivido y frecuentado nuestros países, ¿de qué manera evalúa el marcado antinorteamericanismo que hay en algunos países según las épocas y los gobiernos? ¿En qué medida Estados Unidos tiene algún grado de responsabilidad, o no, sobre la situación en América latina? ¿O se trata de una excusa de algunas administraciones para agitar una suerte de cuco que los releve de sus propias responsabilidades?
-Bueno, no podemos obviar que EE.UU. ha jugado un papel preponderante históricamente en el hemisferio y en el mundo, pero, al mismo tiempo, entiendo que es un espantapájaros muy obvio. No tengo una lectura ideológica: conozco la polémica Perón-Braden, los marines en Nicaragua, Bahía de Cochinos, la intervención en República Dominicana, Salvador Allende, etcetera. Claro, uno puede culpar de todo a los Estados Unidos, pero tampoco es lo justo. El resto lo hicieron solos. Las 14 familias de El Salvador no necesitaron de EE.UU. para oprimir y tratar como conejos matables a sus propios conciudadanos. Estados Unidos no entrenó a la policía de Río de Janeiro, en los años 60, para convertirlos en escuadrones de la muerte con un sistema de represión que hasta hoy en día no han sacado. Que regímenes militares de derecha hayan buscado alianzas estratégicas con EE.UU., o gozado de su vista gorda en plena Guerra Fría, mientras América latina implementaba políticas más bien pertenecientes a la época del fascismo de los años 30 y 40 en Europa, también es cierto.
A mediados del siglo pasado proliferaban los líderes democráticos y autoritarios de gran personalidad; luego, en los 60 aparecieron los movimientos insurgentes y, más tarde, en los 70, las dictaduras militares. Después irrumpió el neoliberalismo de los 90 y, finalmente, aparecieron en los primeros años de este siglo gobiernos que se proclamaban progresistas y que hoy siguen en el poder. ¿Por qué en América latina las situaciones se dan tan encadenadas y todos parecen ir al mismo tiempo para un lado o para el otro según las épocas?
-Supongo que hay ciertos denominadores, culturas y procesos en común. América latina ha tenido una historia distinta que la de Estados Unidos. Ha sido colonizada por gente de España, no de Gran Bretaña, más militares que civiles, por católicos y no por protestantes. Dejaron de ser colonia recién entrado el siglo XIX, pero manteniendo grandes rasgos del siglo XVIII que arrastraron hasta vísperas del siglo XX. La industrialización en algunos países fue tardía, la democratización de las sociedades ha sido muy accidentada. Por todo esto, no me sorprende que haya, hemisféricamente hablando, ciertas tendencias en bloque. Por ejemplo, hace 15 años el indigenismo comenzó a ingresar en la política por primera vez y ya ha desencadenado que alguien como Evo Morales haya asumido el poder. Pero remontándonos a una década anterior no era común que un líder indígena incidiera en la política. Esa noción de grupo, de asociación, de experiencia en común y reivindicativa ante un mundo más susceptible a sus mensajes, es obvio que adquirió cierta fuerza en los años 90, un poco porque se rompieron, para bien o mal, algunos moldes sociales, también en otros aspectos como en cuestiones de género o de raza. Hay una mirada más amplia como consecuencia de la gradual globalización de las ideas y de las economías.
¿Por qué es tan acentuado el militarismo en América latina? Estoy hablando de los ejércitos formales, pero también de las guerrillas que ejercían la violencia en pos de un ideario hasta las bandas de narcotraficantes, las maras o la delincuencia común de la actualidad?
-El ejército en muchos de estos países latinoamericanos era fuerza represora interna. Todo vuelve a lo mismo. En Latinoamérica ha costado crear sociedades de derecho. Sin un poder judicial independiente y honesto no hay justicia. Quedan sectores de la sociedad a la intemperie, que no son parte de la repartición de la bonanza y que no se sienten igual de ciudadanos. Esa noción de injusticia es lo que llevó a las guerrillas o a los militares a que quedasen potenciados como fuerza represora o inclusive como una institución política que arrebataba el poder y reinaba. Muchos años atrás hice un libro sobre guerrillas y conviví con ellas y llegué a la conclusión de que si un grupo se siente en una sociedad marginado por razones políticas, económicas, raciales, o una combinación de esos tres factores, y si no tiene manera de insertarse en el cuerpo nacional pacíficamente, tomará las armas.
¿Y qué pasa con ese ejército que era formal y que tenía una ideología, o que los sectores conservadores de la sociedad le daban, o la guerrilla, que tomaba prestada la ideología de los sectores de izquierda? Los ejércitos vuelven a los cuarteles, las guerrillas fueron perseguidas o sus miembros se reciclaron en la política formal, pero ahora la violencia está en mano de organizaciones criminales que no reivindican ninguna ideología?
-Creo que tiene que ver con la impunidad incubada por los procesos vividos en América latina. Es notoria la criminalidad de la región: ni Africa tiene los índices de homicidio, narcotráfico y pandillerismo que hay en América latina. Hoy en día es la parte del mundo más peligrosa donde vivir como ciudadano. No siempre fue así. Cincuenta años atrás, no había narcotráfico ni crimen organizado. No había pandillas que controlaban territorios. Después de la Guerra Fría ya no hay guerrillas, pero en su lugar hay bandas sin nociones políticas, una suerte de insurgencia capitalista. En los 80 había guerrillas en América latina y en otras partes del mundo. También había índices mayores de hostilidades armadas en Los Angeles entre dos grupos pandilleros, negros e hispanos, que vivían en las barriadas y que en un momento dado tenían miles de hombres armados y códigos de guerra. Nunca llegaron más allá porque no tenían nociones políticas, sus fines eran criminales. Con el fin de la Guerra Fría en América latina, y ante la impunidad en que quedaron estas sociedades con amnistías básicamente para todos, sin importar lo que habían hecho, se creó una especie de ambiente sociópata en el que el ciudadano común bien podría confundirse por no poder distinguir entre el bien y el mal. Por otra parte, la vuelta a sus países de los chicos de los inmigrantes que crecieron entre los pandilleros de Estados Unidos llevaron a Centroamérica hacia una economía negra nueva en los últimos veinte años, en la que un pobre puede entrar y tener un futuro, pero seguramente accidentado y más violento. Hace cuarenta años, si eras hijo de un machetero en El Salvador tu papá ganaba un dólar al día como jornal y no había porvenir de ser otra cosa. Hoy en día, sí puedes entrar en las maras a lo mejor vives cuatro años, pero mientras tanto puedes llegar a vestirte en Armani, tener una cadena de oro y una chica. Ese es el nuevo futuro creado por la insurgencia sociópata surgida de la impunidad en que quedaron estos sistemas después de las terribles y cruentas guerras civiles. Falta que reflexionemos delante de todos que lo que se hizo no sólo fue un error. Aceptar primero que lo que se hizo fue terrible. Tenemos que desgarrarnos el pecho, la ropa, llorar juntos y tratar de caminar para adelante, pero debemos reconocerlo para que se pueda restablecer una moral compartida y unánimemente reconocida por todos y de aquí en adelante no repetirlo. Pero no se hizo o se hace parcialmente o tardíamente. Acá, finalmente se ha hecho, pero ha costado casi treinta años. Algunos países ni han comenzado y mira la violencia en la que está Centroamérica. No me vas a decir que no hay una conexión entre lo que pasó y lo que sucede ahora. Esos países no eran violentos antes y ahora son los más violentos sobre la faz de la Tierra.
Y en este contexto tan inquietante, ¿cuál es su diagnóstico sobre la salud del periodismo actual?
-Como en cualquier profesión, hay bueno, malo y toda la gama. El papel del periodismo en la sociedad es muy importante y por el colapso en términos mundiales del modelo económico, sobre todo en el Primer Mundo de la prensa tradicional escrita ante la recesión por un lado, y las nuevas herramientas tecnológicas e Internet, por el otro, han hecho que estemos en un momento de crisis y cierta penumbra en torno de lo que es el futuro. Hay cierta democratización y metástasis del poder periodístico porque ya cualquiera que tenga una opinión puede subirla a YouTube y a lo mejor ser visto y oído e incidir en el gran argumento mundial o de su país. Esa es una realidad que no existía antes. Por un lado, lo veo positivo. Por el otro, se crea una torre de Babel y se hace difícil distinguir para el ciudadano común entre lo que es basura frívola y lo que es serio. Según los algoritmos de Google News, París Hilton puede rankear más que un atentado en Damasco y entonces, aparentemente, eso no sería tan importante. Tenemos ese problema. Los periodistas de rigor tienen que velar por su rol argumentando y siendo más transparentes que nunca. Es necesario que el periodismo sea visualizado como independiente, guardián del Estado de Derecho y paladín de la democracia que todos añoramos. Si no logramos ser honestos, aun cuando nos equivoquemos, nos extinguiremos como gremio ante la avalancha de blogueros y voceros de corporaciones y gobiernos.
¿Dónde establecer el eje en la discusión que se da en estos momentos en varios países de América latina, como la Argentina, Ecuador y Venezuela, donde confrontan una prensa que se pretende independiente y, por el otro, un autodenominado periodismo militante, que se encolumna tras el gobierno?
-Sólo puedo hablar de experiencias propias en otros países. No conozco bien cuál es la problemática aquí. En general diría que en América latina no es tan distinto que en América del Norte en cuanto a la existencia de grupos mediáticos fuertes. Hay, por ejemplo, una fuerte reacción contra el Grupo Murdoch hoy en día, que tiene su tinte político, pero que también tiene costados sociales y judiciales. Por los abusos, se toma conciencia de que Murdoch se hizo demasiado grande y poderoso y creo que las sociedades buscan mayor transparencia de parte de las corporaciones en general, incluidas las mediáticas. Que hay grupos mediáticos que representan determinados intereses fuertes es una realidad. No es que no suceda en EE.UU.: The New York Times publica siempre un editorial sobre su candidato preferido, pero a diferencia de América latina creo yo que el NYT intenta establecer un equilibrio de su cobertura de la carrera a la presidencia. Yo estoy seguro de que va a escoger a Obama, pero no creo que vayan a dejar por eso de cubrir a Romney con dignidad y de una manera decente. Si no lo hicieran así, dejarían de ser The New York Times. Creo, en cambio, que en América latina la cobertura es mucho más fragmentada, quizá producto de toda esa historia de influencias provenientes del pasado de las que hablábamos.
¿Qué piensa de gobernantes como Cristina Kirchner, Rafael Correa o Hugo Chávez, que hablan de la prensa prácticamente como un poder diabólico?
-Como periodista me concierne ese tipo de enfrentamiento. No es saludable que los presidentes estén enfrentados con la prensa. Hay que cerrar esa etapa. No entiendo bien por qué se ha dado. No creo que sea saludable. Tomar posiciones encontradas sólo agudiza la polarización política en estas sociedades. No es bueno que el público tenga que escoger entre sus gobernantes y sus periódicos.

MANO A MANO

A pesar de que en los últimos años Jon Lee Anderson elige destinos inquietantes para retratarlos en sus largas notas en The New Yorker, es una persona apacible, cuyos ojos celestes plácidos no ocultan mayores turbaciones. Disfruta de la conversación y sabe escuchar. No está ávido por contar sus hazañas. Prefiere el intercambio de ideas, sin sentencias ni certezas definitivas.
Vino a la Argentina en un viaje relámpago que incluyó en Mar del Plata un congreso de escritores de novelas policiales y, en Buenos Aires, el dictado de clases magistrales en La Nacion y ser parte protagónica de la presentación del libro Instantáneas, de la primavera árabe al conurbano en trece historias, que compiló Gabriel Pasquini para la editorial Ariel, y al que Anderson aporta "Tres esbozos de la guerra libia". También para adentrarse en los placeres de la gastronomía nacional, hincándole el diente a un jugoso ojo de bife regado por un buen malbec.
Cuando no está montado a algún avión o en medio de un destino incierto e inhóspito, vuelve a su casa, en un pueblito marítimo inglés en el que vive con su esposa y donde lo que más le gusta hacer es salir a caminar con sus perros sin urgencias. Pero es el mundo su verdadera casa: se crió en Corea del Sur, Colombia, Taiwan, Indonesia, Liberia y otros lugares. Y también es la de sus tres hijos, esparcidos por Londres, la Amazonia y hasta Siberia.
Se ha montado a las redes sociales, pero un poco a regañadientes y con resignación, ya que se considera un espécimen "jurásico", aunque fascinado por llegar a las nuevas audiencias..

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